24 de marzo de 2011

Borges biografiado

Borges, Jorge Luis, (con Norman Thomas di Giovanni), Autobiografía. 1899-1970, El Ateneo, Bs. As.,1999,157 pp. Traducción de Marcial Souto y N. Thomas di Giovanni. Marcos-Ricardo Barnatán, Borges. Biografía total, Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1995, 519 pp. Estela Canto, Borges a contraluz, Editorial Espasa-Calpe, Madrid, 1989, 286 pp. Alicia Jurado, Genio y Figura de Jorge Luis Borges, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Bs. As., 1967, 2ª ed., 191 pp. Horacio Salas, Borges. Una biografía, Planeta, Bs. As., 1994, 302 pp. Volodia Teitelboim, Los dos Borges. Vida, sueños, enigmas, Editorial Sudamericana, Santiago, 1996, 341 pp. 2ª ed. Alejandro Vaccaro, Georgie (1899-1930), Una vida de Jorge Luis Borges, Editorial Proa/Alberto Casares, Bs. As., 1996, 447 pp. María Esther Vázquez, Borges. Esplendor y derrota. Tusquets editores, Barcelona, 1996, 335 pp. James Woodall, La vida de Jorge Luis Borges.  El hombre en el espejo del libro, Gedisa, Barcelona, 1998, 377 pp.  Trad. de Alberto L. Bixio.


Contó alguna vez la madre de Borges que cuando nació Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo (éste sería el nombre completo) el 24 de agosto de 1899, el médico que atendió el parto profetizó que, como ochomesino que era, Jorge Luis, el primer vástago del matrimonio de Jorge Guillermo Borges y Leonor Acevedo de Borges, sería un talento singular.  La noticia, fingida o no, se convirtió en hermosa realidad para la alegría de quien fue la madre, amanuense y guía del hoy considerado mayor escritor argentino. Y para la de los millones de lectores que identifican al autor como a uno de los valores extraordinarios del siglo.

Ésta y otras anécdotas de diversa importancia figuran en las biografías de Jorge Luis Borges, que en las líneas siguientes se comentan muy someramente.  Cada una de ellas enfoca al escritor desde un punto de vista diferente, sesgado a su curioso lector, y cada una de ellas merece la lectura.  No serán las únicas que sobre el cuentista, ensayista y poeta se redactarán, en vista de que se anuncian varias más. Una sería la de Edwin Williamson, de la Universidad de Edimburgo, Jorge Luis Borges: A Life, y, otra, el volumen del que era su entrañable amigo literario Adolfo Bioy Casares, titulado Borges.  Estas publicaciones se ubicarán entre la masiva bibliografía sobre el argentino Jorge Luis Borges, cuya obra, en vida de él, lo distinguió como un escritor clásico.  Tanto es así que en el tramo final de su larga vida su adscripción a su propia nacionalidad apenas valía, pues más bien era considerado un autor universal.

No deja de resultar curioso que un hombre que inventó biografías ajenas como forma de literatura tenga ahora su vida paciente, minuciosamente escudriñada.  (Aunque es cierto que él mismo urdió una biografía, la de Evaristo Carriego.)  Es más curioso todavía cuando se piensa que desde muy pronto, él, repetitivo, se interesó por autores en quienes lo intelectual cancelaba la acción.  De un prosista inglés escribió en una reseña de 1937:

“No hay biógrafo de Swinburne que no deplore la pobreza de la biografía de Swinburne.  Vida y muerte le han faltado a esa vida, parecen decir todos.”

Borges varió la frase última para referirse a sí mismo años después.  Sin embargo, no hay quien haya tildado de pobre la vida de Borges, como lo demuestran estas abundantes páginas biográficas.

La primera biografía, y la única de las mencionadas aquí redactada en vida del autor, fue la de Alicia Jurado, Genio y figura de Jorge Luis Borges.  Se detiene en los años sesentas.  (Aunque se ha reeditado, la autora ha querido conservar el impulso inicial, por lo que los cambios son mínimos, y no alteran el núcleo primitivo.)

Declaradamente subjetiva en su trabajo, como su amiga que era, Alicia Jurado acompañaba admirativa y literariamente a Borges en la vida cotidiana.  Por ello hace una apología del autor desde el punto de vista de su clase social.  En su librito, Genio y figura de Jorge Luis Borges, Jurado sale al cruce de los que denigraban al escritor por su falta de compromiso con la ideología política de izquierdas, sobre todo en su veta nacionalista.  En las antípodas de un César Vallejo,  por dar un solo ejemplo, el arte poética de Borges no conseguía adeptos declarados  (subrayo el adjetivo) entre los que defendían la obra de arte como “un arma cargada de futuro”, subrayado el arma cargada.       

La apología de Jurado en cuanto a la acción política de Borges se centra en la oposición continuada al movimiento populista más reconocidamente argentino, el peronismo, despreciado por diversas causas entre las clases más pudientes y las clases medias.  El lenguaje de Jurado es justamente el de la oposición al heterogéneo y abarcador grupo político:
                        
 “Fue y es antinazi, anticomunista y antiperonista; es decir, enemigo de todo                          régimen totalitario.  Durante la tiranía, [en el habla argentina opositora a él, “tirano prófugo” apostrofa unívocamente al Presidente Juan Domingo Perón], ni aceptó sobornos ni se acobardó ante la persecución; fue presidente de la Sociedad Argentina de Escritores cuando eso significaba un riesgo, y ejemplo de coraje cívico a lo largo de la dictadura”
                                                                                                         (P. 18).

Esta defensa de la postura ideológica de Borges recibiría el aplauso casi unánime si se olvidara la falta de corrección  política del autor en otros ámbitos.

En oposición a la de Alicia Jurado, representante ella  de las clases pudientes, se halla la biografía de Horacio Salas, que recibió algún aval de María Kodama, la militante viuda del escritor, quien consideró que Borges, una biografía, era obra respetuosa.  A pesar de la común  admiración por el aporte de Borges, que une a ambos investigadores, el libro de Salas enfoca a Borges tomando en cuenta la colectividad, y el biógrafo tiene presente el desarrollo social para imbricarlo con la obra de Borges.  Las páginas que Salas dedica a la ideología racista anti-hispana, anti-inmigrante de algunos reconocidos escritores de la literatura argentina (pp. 43 a 50)  no encontrarían lugar en el libro de Jurado, pero explican parcialmente a Borges.  Tampoco figuraría el distanciado relato de la visceral y justificada oposición del biografiado al movimiento peronista, al que Salas adhiere, funcionario que fue de los gobiernos peronistas.  Según Salas, un error fundamental de la agrupación política respecto de Borges fue quitarle los libros, al igual que le hacía la madre, para castigarlo, durante la infancia.  Dos veces perdió Borges cargos en una biblioteca debido al peronismo, él que se imaginaba el Paraíso “bajo la especie de una biblioteca”.

Ideológicamente más cercano a Salas que a la Dra. Jurado, Volodia Teitelbom, chileno de nación y un comunista practicante convencido, se mueve entre los dos Borges que descubre, el de carne y hueso (el Borges material, el que, como todos, “deja caer su corrupción”) y el idealista-intelectual-escritor en su torre de marfil.  Teitelbom destaca en Borges (y de qué otra manera podría ser) su visión europeizante y albo-céntrica:

“Nadie podría afirmar que Borges vivió al margen de aversiones sociales, étnicas.  En su formación fue determinante un medio de dogmas tradicionales acentuados, que de algún modo se le internalizaron.  Salta a la vista cierto elitismo.  Guarda distancia respecto de razas que pueblan el llamado Tercer Mundo [...] Estimaba el refinamiento espiritual, pero expresó prejuicios raciales de manera cruda.  Es patente que su concepto de civilización era blanco.
                                                                                 (P. 266) 

V. Teitelbom también destaca curiosas relaciones de Borges con Chile.  Según se afirma reiteradamente, por recibir honores del sanguinario dictador chileno del momento, Borges quedó invalidado para siempre para acceder al Premio Nobel.  Por otra parte, en algún escrito, Borges, con humor, (rasgo que jamás le faltó) se situaba en una enciclopedia del año 2014, publicada en Chile.  Teitelbom lo recuerda al finalizar su biografía con un envío especial a sus coterráneos.

También se le debe a Teitelbom enfocar particularmente un dato clave sobre el lenguaje en Borges: su vacilación ante qué idioma usar para la literatura:

“Cuando ya había vivido tres o cuatro años en Suiza quiso que su padre lo ayudara a decidir la lengua en que escribiría.  Le contestó que debía hacer su propia experiencia y elección.”
                                                       P. 27

La vacilación se basaba en el hecho de que Jorge Luis Borges aprendió dos idiomas en el hogar, el inglés paterno (tenía una abuela inglesa, Fanny Haslam) y el español materno.  Posteriormente, incorporó el francés, el alemán y el latín.  (Después fue el italiano, que nunca habló y, en la madurez, el anglosajón, según su propia interpretación.)

En realidad, la modalidad de manejar el inglés separó a Borges del común de los intelectuales argentinos de su época, quienes utilizaban el francés como lengua aristocrática.  Los biógrafos y la crítica dedicada a la obra de Borges se interesaron por el fenómeno del bilingüismo en el autor, y en cómo habrá influido sobre su obra.  Borges mismo, hastiado de la búsqueda de patrones ingleses en su sintaxis, aludió con sorna al hecho.  Es cierto que sólo redactó un par de poemas en inglés; pero también vertió en él cartas de amor o añoranza (para Estela Canto, por ejemplo, quien reproduce algunas en Borges a contraluz), como también usó el francés para algún poema de amor.  Lo que es cierto es que el español  fue su lengua de expresión literaria habitual, y a esta lengua le dio gloria utilizándola excepcionalmente.  (Y que el amor no estuvo tan desterrado de sus intereses literarios y personales.)

Borges a contraluz es la biografía más entrañable de las que hasta ahora conocemos. Es una biografía parcial, pues se ajusta mejor al género de las memorias, las de una mujer que compartió largas horas con el autor, y fue conocida como “la novia de Borges”.  Él hasta le propuso matrimonio.  Borges a contraluz cuenta, y así lo dice su autora, Estela Canto, la historia de un desencuentro.  El de ella y de él.   La biografía ha sido parcialmente desautorizada por algunos investigadores, como libro con errores de hecho.  Tiene una visión psicoanalítica (Borges, un hombre encarcelado, pasivo o paralítico) y muestra desafecto por la madre (especialmente) y la hermana de Borges. 

En la polémica anti- o pro-María Kodama, la segunda esposa de Borges, compañera de su ancianidad y hoy viuda en funciones, Estela Canto se muestra pro-Kodama, lo que la opone frontalmente a María Esther Vázquez, otra autora que conoció muy de cerca a Borges, y quien también redactó una biografía amable, bien escrita y la más literaria de las que se comentan.  (Indudablemente estas virtudes le acercaron el Premio Comillas que obtuvo). La descripción de las fotos que trae el libro, el tono, los comentarios, las alusiones literarias y la imbricación entre vida y obra hacen de Borges, esplendor y derrota un magnífico estudio.

Una suerte de pudoroso recato borra del libro una parte importante de la relación entre Borges y la autora, quien se mantiene en un discreto segundo plano para concederle al genial autor, como corresponde, la luz principal.

Cada capítulo comienza con una descripción pormenorizada de una fotografía donde está Borges ubicando al lector en el tiempo y el espacio que se ha de tratar en ese apartado.  Una muestra es la siguiente:
      
             “El mundo ha cambiado.  Ya no es un espacio de sólida infelicidad, sino que se ha convertido en el paraíso “bajo la forma de una biblioteca”.  Tiene cincuenta y seis años y le queda todavía mucho por vivir.  El pelo, que lleva corto, empieza a ponerse gris cerca de las sienes.  Está bastante despeinado; casi siempre lo está porque a menudo el dorso de la uña del pulgar derecho recorre la cicatriz que le cruza la cabeza y le alborota el pelo.  Es como un tic y, además, no se trata de un solo movimiento de adelante hacia atrás, sino que está constituido por pequeños recorridos nerviosos y zigzagueantes”.
                                                                  (P. 205)

Borges. Esplendor y derrota es un libro que aspira a ser conocido por un público no argentino, como lo demuestra el glosario que se anexa al libro para explicar localismos.

También aspira a un público no argentino, particularmente al español, la Biografía total de Marcos-Ricardo Barnatán, un escritor argentino radicado en España.  Una relación de cercanía con Borges, quien luego se alejó de él, dio a Barnatán una visión de intimidad parecida, aunque no tanto, a las de María Esther Vázquez o Estela Canto.  El desencuentro queda mencionado por un perplejo Barnatán, naturalmente, con una explicación diferente de la que ofrecen otros biógrafos. Barnatán busca una relación de uno a uno entre vida y obra.  Y, en cuanto a la redacción, presenta capítulos con finales abruptos.  El libro arriesga una masiva, laboriosa totalidad, que, a veces, lo hace disforme. 

Frente a él la limpia síntesis de Woddall, La vida de Jorge Luis Borges.  El hombre en el espejo del libro, cumple más satisfactoriamente.  Su cuidadoso autor la presentó a un público alógloto, necesitado de información más amplia que la que circulaba en la Autobiografía, originalmente vertida en inglés en un diario norteamericano.  Es un volumen que serviría como una buena introducción a Borges y a su obra para el neófito de cualquier lengua.   Los tres sustantivos del subtítulo se refieren a la particular actuación de Borges: el hombre, el espejo, el libro.  He aquí un momento:

 “A través de la portentosa voz de su crítico, Borges hace su primera declaración de ficción sobre la incapacidad que tiene la palabra escrita de hacer algo más que imitar y sobre la absoluta incertidumbre del papel del escritor. [...] En suma, “Pierre Menard” realiza ingeniosamente un penetrante acto de desconstrucción literaria mucho antes de que ningún metódico crítico universitario de la década de 1960 promoviera la causa para su uso académico actual.”
                                                         (P. 162) 

Escrito “para la delectación de su espíritu”, según reza el colofón, Georgie 1899-1930, de Alejandro Vaccaro, deleitará al otro por su búsqueda de la información exacta.  Podría decirse, sin temor a errar, que Vaccaro no adelanta un dato si no está avalado por una rigurosa comprobación. 

Entre sus biógrafos, es el único que hace los asertos sólo después de documentación o testimonios fehacientes, sin repetir lo dicho anteriormente apoyado únicamente en alguno constituido como autoridad.

Como se entiende por el título, se trata de una voluminosa obra que está en gestación.  Vaccaro, un devoto de la obra de Borges, ha recorrido los lugares en los que ha vivido su biografiado, y ha acopiado testimonios literalmente de todo el mundo para verter sus conocimientos en varios volúmenes, cada uno de los cuales representará una segmentación cronológica de la vida de Borges. 

La impresión que deja Vaccaro (y habrá que dejar pasar el tiempo para no exagerar) es que su estudio será la biografía monumental e inapelable sobre el más genial de los escritores argentinos del siglo que está por terminar.

Ocho son las biografías que sobre Borges se han considerado en estas líneas. María Kodama, la viuda de Borges, según Woddall, el discreto inglés, anunciaba una cifra todavía mayor en elaboración.  Hay que aceptar que toda nueva luz sobre un eximio autor es bienvenida, pero que con los enfoques que ya gozamos podemos considerarnos bien servidos.

Rogelio Sinán en su paratexto


En Panamá se advierte un mayor culto a la madre que al padre. El Día de la Madre es un festejo oficial, y los testimonios poéticos para tal celebración menudean. Un poemario de la lírica reciente, En casa de la madre, de Héctor Collado, me absuelve de seguir defendiendo mi aserto, esencialmente porque esta "casa de la madre", de Collado, se dilata a un ámbito más amplio.

Con todo, en la poesía nuestra no queda borrada por entero la figura del padre, si bien, paradójicamente, aparece sólo cuando se encuentra ausente. De ahí, la Presencia de mi padre a los veinte años de su muerte, de Ricardo J. Bermúdez; la Necrología paterna, de Pedro Rivera, y  Para ir con el viento - Elegía paterna en once cantos, de Roberto Luzcando. He recordado versos doloridos originados por el fallecimiento del padre.

Quizá sea éste otro remediable rasgo de nuestra idiosincrasia: el del homenaje que se manifiesta sólo cuando se sufre la ausencia definitiva del homenajeado.

Rogelio Sinán se presenta sin estos dos rasgos, y con ello otra vez es un adelantado, y rompe, nuevamente, el paradigma.

Su homenaje, a su propio padre, en vida de éste, se da pronto. Aparece en el poemario Onda, su primer libro. Como se sabe, en 1929 Onda inicia la batalla por las letras entonces nuevas aquí en Panamá.

El homenaje de Sinán a su padre se halla en la dedicatoria. No por ello es menos significativo que las elegías en verso mencionadas. Reza así:

¿Y si no
a ti
a quién
papá?

Una dedicatoria es una forma de homenaje, como lo constituye también el juego intertextual plasmado ya como imitación, ya como remedo, ya como parodia.

Las dedicatorias quedan incluidas en el paratexto, esa parte que acompaña a la obra sin ser ella misma, pero que no puede divorciarse de ella. Los epígrafes, las dedicatorias, el colofón, todos dependen del texto principal, lo actualizan y redondean: son  el  paratexto.  Conviene tenerlos presentes, pues a veces deparan sorpresas que disminuyen la distancia entre el autor y el lector. Además, ofrecen información que los sociólogos de la literatura ávidamente recogen.

En el caso de Onda, sabemos la realidad prosaica: Fue el padre de Sinán el que financió la edición del libro que vino de Roma. Fue, entonces, el padre de Sinán, don José Rogelio Domínguez, quien, con este mecenazgo, hizo resquebrajarse --felizmente-- la estructura de la lírica panameña de entonces.

El interés por las letras que tuvo José Rogelio Domínguez continuó, como era de esperar, después de Onda, y alguna semblanza literaria suya mereció los arduos honores de la tipografía.

La dedicatoria de Onda pasa, pues, de ser un mero agradecimiento filial a ganar un espacio más valorado: el del reconocimiento del sustento material de una innovación literaria que hoy, reunidos, continuamos celebrando.

Retengamos, entonces, esta dedicatoria, en la que Sinán usa el nombre más familiar para su progenitor, y, solidario con él, lo tutea:

¿Y si no
 a ti
a quién
papá?
   
Visualmente, la disposición es de un breve poema en versos de arte menor: un verso de cuatro sílabas seguido de tres de tres sílabas, todos agudos. Sintácticamente, se trata de una oración unimembre, sin verbo. Estilísticamente, constituye una interrogación retórica, que involucra al oyente desde el inicio.

La ausencia de verbo, las terminaciones agudas, la interrogación retórica coadyuvan al dinamismo expresivo positivo que caracterizan a Onda toda. Y desde la dedicatoria.

Después de Onda, Rogelio Sinán publica una plaqueta, Incendio. Aparece sin dedicatoria, tal vez por lo terrible del drama, la destrucción dantesca, por el fuego, de una casa de inquilinato.

La dedicatoria de Onda da paso, pues, a la de Semana Santa en la niebla, de 1949. Dice escuetamente: A Berta. (Berta María Cabezas fue cónyuge de Sinán.) La de Saloma sin salomar, de veinte años después, es también lacónica. Son tres palabras: A mis hijos. (Estos son  Golconda, Rogelio y Ruth.)

Con Saloma sin salomar Sinán deja de regalarnos poemarios y se explaya en la narrativa.

Si analizamos las tres dedicatorias conjuntamente, notaremos cómo en ellas se manifiesta el amor: Primero, el filial, luego el erótico y, finalmente, el paterno.

Al inicio Sinán se reconoce como hijo; adquiere después el estatuto de hombre adulto para finalmente distinguirse como padre, y no sólo de las obras literarias que nos conmueven, sino de hijos de carne y hueso, quienes son también su descendencia.

A Rogelio Sinán se le ha conocido por epítetos diversos: el Mago, el Brujo, el Maestro, el Padre de la literatura panameña. El que hoy nos convoca es este Padre de la literatura panameña. A él le rendimos homenaje con el certamen que ostenta su nombre. Y en este concurso podríamos inscribir, fervorosa y filialmente, esa dedicatoria premonitoria, primeriza, como recuerdo permanente a él:                         

¿Y si no
a ti
a quién
papá?